sábado, 21 de mayo de 2011

Tristán e Isolda: la violencia del deseo


¿No conocías el poder del amor? ¿Ni el poder de su magia? ¿Al que gobierna el devenir del mundo? Vida y muerte están sometidas a él que las teje con dicha y sufrimiento mudando la envida en amor.
Richard Wagner
Tristán e Isolda, acto II, escena I

La primera vez que escuché el dúo de amor de Tristán e Isolda tenía catorce o quince años. Por muchos años no lo quise volver a oír. Me había sentido violentamente expulsado por esa música casi insoportable. Si me hubiese dado tiempo para escuchar un poco más tal vez hubiese llegado a tenerle miedo. Ahora creo que escuché bien, que tuve la reacción adecuada a la violencia que la música expresaba.
Porque en ese dúo, especialmente en el comienzo, no se trata sólo de amor. Se trata esencialmente de erotismo. Por eso la música es como un mar que arrastra a los protagonistas y con ellos nosotros somos arrebatados, no suavemente sino con violencia, con la violencia inherente al erotismo. Esa misma fuerza que los va a arrastrar a la muerte/goce en la que termina la obra.
Escuchemos las palabras que se dicen, ya no importa quién, porque justamente entramos en una zona seductora y muy peligrosa donde los límites se disipan: ¿Te siento realmente?/¿Eres tú misma?/¿Veo tus ojos?/¿Esta es tu boca?/¿Está aquí tu mano?/¿Está aquí tu corazón?/¿Soy yo?/¿Eres tú?/¿No es un engaño?/¿No es un sueño? Cuerpo, acá no se trata sólo del alma. Pero el cuerpo mismo parece a punto de despedazarse, de estallar o perderse.
Tengo la impresión que con esta música sucede lo mismo que con el erotismo del cual surge: si estamos adentro nos arrebata un goce de una intensidad casi insoportable, pero si quedamos afuera sólo percibimos lo insoportable, algo amenazante y que casi nos ofende.

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